“No tenéis madre. Aquí nadie tiene madre”, le dice a Molly la
celadora del campo de Moon River. Acaba de ser llevada allí a la fuerza
junto con su hermana Daisy y su prima Gracie, las tres hijas mestizas de
aborígenes australianas. Pero Molly, al contrario que las niñas del
albergue gubernamental, recuerda perfectamente a su madre, y está
decidida a encontrar el camino a casa.
La historia de estas niñas, llevada al cine por Philip Noyce, es la
de una generación que fue sistemáticamente apartada de sus comunidades
entre los años 30 y 70. El “problema racial” fue solucionado por la
Oficina Australiana de Protección de los Aborígenes por medio de dos
medidas: la prohibición de matrimonios mixtos y el internamiento de los
niños indígenas y mestizos e indígenas en instituciones gubernamentales y
misiones religiosas, “para que afrontaran una nueva vida en una
sociedad blanca”. La mayoría eran llevados a trabajar en explotaciones
agrícolas o en el servicio doméstico de los colonos.
La alambrada a prueba de conejos
Encarnado por el actor británico Kenneth Branagh, el oficial de asuntos aborígenes Neville representa a una generación de australianos blancos, hijos y nietos de colonos, que ven a los nativos como un peligro para su supervivencia, como los conejos que asolan los pastos. Aborígenes y roedores viven tras una muralla de alambre, que se extiende a lo largo del Desierto de Gibson y divide completamente Australia en dos de norte a sur.
De ella toma su título original la película de Noyce (Rabbit-proof fence).
Cuando las niñas decidan escapar, el único punto de referencia para
encontrar su casa será la alambrada: si la encuentran, sólo tendrán que
seguirla para llegar a la comunidad de Jigalong, donde las esperan sus
madres y abuela. Así comienza lo que la crítica ha denominado una “road movie
a pie”. Solas, a través del desierto australiano, las tres niñas
emprenden la marcha, perseguidas por una partida de rastreadores, que
lograrán cazar, literalmente, a la más pequeña para devolverla a una
celda de castigo en Moon River.
Noyce, “el amigo blanco”
Cuando la guionista Christine Olsen supo de la historia de Molly Craig, tenía muy claro que debía ser contada. Pero también era consciente de que, si algo no podía ser su película, era otra “historia sobre los indígenas”. En ese sentido se plantearon muchas de las dificultades de la cinta. Si bien Phillip Noyce estuvo involucrado desde el principio, todo el equipo temía que los aborígenes interpretasen su trabajo como el de “los amigos blancos que van a contar nuestra historia”.
La
respuesta pasaba, obviamente, por poner esa historia al servicio de sus
auténticos protagonistas, ya que “no hay un sólo aborigen vivo en
Australia que no haya perdido un hijo o sea el hijo de un niño
secuestrado”, como les ocurre precisamente a dos de las niñas
protagonistas. El equipo técnico contó con la supervisión y, lo que era
más importante, con el permiso expreso de los ancianos aborígenes para
contar la historia de la Generación Robada a todo el mundo. Noyce apostó
por convencer a los aborígenes del carácter universal de la aventura de
las tres niñas, apuesta que fue reconocida en la pasada SEMINCI de Valladolid.
El
encuentro final de las dos niñas con su madre y su abuela no pinta el
acostumbrado final feliz de otra “película sobre niños” de Miramax.
Molly y Daisy tuvieron que vivir el resto de su infancia y adolescencia
escondidas para evitar ser capturadas. Más de una década después, las
hijas de Molly, también mestizas, sufrieron la separación forzosa. Sólo a
principios de los años 80 pudo reencontrarse con una de ellas.
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