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jueves, 20 de junio de 2013

La "Generación Robada" de aborígenes denuncia su drama en las pantallas de cine
Detalle del cartel de la película
“No tenéis madre. Aquí nadie tiene madre”, le dice a Molly la celadora del campo de Moon River. Acaba de ser llevada allí a la fuerza junto con su hermana Daisy y su prima Gracie, las tres hijas mestizas de aborígenes australianas. Pero Molly, al contrario que las niñas del albergue gubernamental, recuerda perfectamente a su madre, y está decidida a encontrar el camino a casa.
La historia de estas niñas, llevada al cine por Philip Noyce, es la de una generación que fue sistemáticamente apartada de sus comunidades entre los años 30 y 70. El “problema racial” fue solucionado por la Oficina Australiana de Protección de los Aborígenes por medio de dos medidas: la prohibición de matrimonios mixtos y el internamiento de los niños indígenas y mestizos e indígenas en instituciones gubernamentales y misiones religiosas, “para que afrontaran una nueva vida en una sociedad blanca”. La mayoría eran llevados a trabajar en explotaciones agrícolas o en el servicio doméstico de los colonos.
La alambrada a prueba de conejos

Encarnado por el actor británico Kenneth Branagh, el oficial de asuntos aborígenes Neville representa a una generación de australianos blancos, hijos y nietos de colonos, que ven a los nativos como un peligro para su supervivencia, como los conejos que asolan los pastos. Aborígenes y roedores viven tras una muralla de alambre, que se extiende a lo largo del Desierto de Gibson y divide completamente Australia en dos de norte a sur.

De ella toma su título original la película de Noyce (Rabbit-proof fence). Cuando las niñas decidan escapar, el único punto de referencia para encontrar su casa será la alambrada: si la encuentran, sólo tendrán que seguirla para llegar a la comunidad de Jigalong, donde las esperan sus madres y abuela. Así comienza lo que la crítica ha denominado una “road movie a pie”. Solas, a través del desierto australiano, las tres niñas emprenden la marcha, perseguidas por una partida de rastreadores, que lograrán cazar, literalmente, a la más pequeña para devolverla a una celda de castigo en Moon River.
Noyce, “el amigo blanco”

Cuando la guionista Christine Olsen supo de la historia de Molly Craig, tenía muy claro que debía ser contada. Pero también era consciente de que, si algo no podía ser su película, era otra “historia sobre los indígenas”. En ese sentido se plantearon muchas de las dificultades de la cinta. Si bien Phillip Noyce estuvo involucrado desde el principio, todo el equipo temía que los aborígenes interpretasen su trabajo como el de “los amigos blancos que van a contar nuestra historia”.
La respuesta pasaba, obviamente, por poner esa historia al servicio de sus auténticos protagonistas, ya que “no hay un sólo aborigen vivo en Australia que no haya perdido un hijo o sea el hijo de un niño secuestrado”, como les ocurre precisamente a dos de las niñas protagonistas. El equipo técnico contó con la supervisión y, lo que era más importante, con el permiso expreso de los ancianos aborígenes para contar la historia de la Generación Robada a todo el mundo. Noyce apostó por convencer a los aborígenes del carácter universal de la aventura de las tres niñas, apuesta que fue reconocida en la pasada SEMINCI de Valladolid.

El encuentro final de las dos niñas con su madre y su abuela no pinta el acostumbrado final feliz de otra “película sobre niños” de Miramax. Molly y Daisy tuvieron que vivir el resto de su infancia y adolescencia escondidas para evitar ser capturadas. Más de una década después, las hijas de Molly, también mestizas, sufrieron la separación forzosa. Sólo a principios de los años 80 pudo reencontrarse con una de ellas.

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